lunes, 11 de febrero de 2008

El mismo viaje

En el vetusto aeropuerto, los viajeros apenas se dignaban a dirigir fugaces miradas a sus vecinos exhibiendo aquellas afectadas poses de dignidad y mal disimulada indiferencia, que son de estricto rigor en nuestra clase media emergente.

Allí, caminando lentamente hacia la nada, repentinamente una sensación de naúsea hizo que perdiera el equilibrio y, a mi pesar, terminé sentado en una de las espartanas bancas del terminal.

Un hormigueo recorría mi cuerpo mientras aspiraba profundo y cuando, al fin, sentí el recorrido de la normalidad rondando mi cuerpo tuve una amarga certeza de amnesia: ¡No sabía que diablos estaba haciendo allí!, ni para donde iba, ni por qué.

Encontré en un bolsillo un pasaje de avión a mi nombre con destino a bogotá, luego era evidente que el motivo de mi presencia en el aeropuerto era viajar a la capital. No me sentía intranquilo por aquella ignorancia completa de mi mismo, flotaba en un trance de relajada incomodidad (si no fuera por la náusea, me sentiría hasta feliz).

Subiendo por la enorme rampa de acceso a la aeronave, observé claramente a un sujeto rechoncho, sin cuello, con la tez enrojecida por la lujuria susurrando inequívocos conjuros al oído de una mujer de belleza equívoca que sonreía cómplice. Mentalmente rogué que no me tocaran de vecinos en el viaje.

Al fin, acomodado en la silla del avión, mas pequeña y frágil que nunca, cavilaba sin prisas, convencido que antes de llegar al destino se despejarían totalmente las dudas que me atenazaban y que lo mas probable era que me estuviese esperando en el aeropuerto el inefable primo jorge, porque algo me decía que el viaje tenía que ver con él.

Un leve pero firme empujón en la silla seguido al instante por la sensación de movimiento, inicialmente lento, gradualmente veloz y el enorme aparato pareció rechinar en toda su estructura mientras tomaba posición para iniciar el definitivo despegue. Pude ver la destartalada pista de aterrizaje desfilando veloz a medida que el aparato empezaba a tomar definitivo vuelo.

El avión siguió volando muy bajo por un periodo de tiempo que se me antojó excesivo, parecía como que el motor no tuviera la suficiente potencia para elevarse lo suficiente, y el piloto no quisiera perder de vista las referencias terrestres. A mi lado, una emperifollada señorona aferrada a su rosario no cejaba de recitar su mantra en voz baja mientras una hermosa colegiala de cabello nuevo y astucia vieja, maniobraba con su celular tratando de convencer a "gordis" que ese fin de semana iba a estar "juiciosita" en su casa en Bucaramanga y que "confiara en ella".

A unos 10 minutos de vuelo, el aparato inició un franco descenso hacia lo que de lejos parecía una delgada cicatriz de plata y de cerca resultó ser una carretera solitaria, un tanto familiar. El sonido de los motores cambió su tonalidad, hubo otro ligero estrujón del fuselaje un bamboleo del aparato y un insólito aterrizaje en la vía interdepartamental. Por la ventanilla del avión pude observar claramente el verde paisaje boyacense, como si estuviera en un alegre paseo en automóvil.

Absurda aquella situación en que me encontraba: sentado en un avión comercial, en la mitad de una carretera nacional, sin saber absolutamente nada de las causas de aquella insólita "varada" y mucho menos de como diablos ibamos a salir de aquél percance. Extrañamente, el silencio sepulcral, la ausencia de protestas en los pasajeros golpeó mis pensamientos con mayor intensidad que la desbandada mas desordenada. Un escalofrío fué el mensaje apremiante de mi cuerpo a mi mente, indicando que algo allí andaba torcido. Hasta aquél momento no reparé en la rigidez de los rostros que me rodeaban, una extraña y uniforme mueca de resignación los hermanaba.

Tras un par de minutos y al unísono, los pasajeros reanudaron su actividad "normal", la señora escapulario retomó su fetiche, acaso con mayor fruición, "juiciosita" atendía una nueva llamada, aunque ya no era "gordis" sino "fercho" y el tema versaba sobre lo "rico" que la iban a pasar en el concierto de "celedón" en Bogotá. Incluso el rechoncho sin cuello, enfundado en su costoso traje, que para mi desgracia se había situado en la fila tras de mí, con tono de pontífice en "te-deum" sentaba doctrina sobre los mejores moteles de la capital.

Decidí unirme al rebaño en aquella aparente serenidad, absteniéndome sí. de balar mecanicamente como aquellos, esperando sin exigirla alguna explicación. Vino a mi mente el recuerdo, ya lejano de la última conversación con la pasada novia y eterna amiga Astrid en los tiempos del amargo epílogo de una relación disfuncional. Aquella, divertida, reclamaba para su género la superioridad en las artes del disimulo mientras débilmente le replicaba:

- "Ustedes son tan bobitos... que a veces dan pena ajena...".

- No creo que se trate de una cuestión de género -observaba - . Mas bien una cuestión de práctica reiterada.

- "Anda Fabi, reconócelo. Te engañaron en tus narices, te vieron la cara y te la hicieron ¿por que te cuesta tanto aceptarlo hombre?", - insistió impaciente Astrid-.

- Porque no es tan sencillo como tu lo aseguras...

- "Y dale con la pedantería fabi, definitivamente no has aprendido a entender a las mujeres

- Nena, de buen gusto acepto la superioridad femenina en el manejo de las relaciones, pero ello no tiene que ver con la inteligencia, es cuestión de entrenamiento -insisto- , es más, te mentiría si no te dijera que sabía como iba a terminar aquella relación.

- "No te creo, yo te conozco... y se que nunca hubieras sido novio de una golfa, así fuera una ¡Muy bien disimulada golfa! digo yó..."

- Pues te equivocas mi querida amiga. Y ello demuestra que tu cacareada superioridad femenina no tiene que ver con la intelectualidad. Es una cuestión de instinto perfeccionado y desarrollado. Desde que nacemos, hombres y mujeres tenemos una instrucción bastante diferenciada, a ustedes se les enseña que el hombre es el adversario, desde siempre tienen en claro el juego de la dominación y las herramientas del éxito. El disimulo, el engaño y la apariencia en ustedes es alentado con fruición por sus pares maternas, mientras es reprimido severamente hacia nosotros. La misma madre tiene discursos diferentes hacia sus hijo e hijas. A los primeros repiten constantemente cosas como: "la mujer es débil, delicada y pura, hay que tratarlas con cariño, devoción y lealtad"; mientras al mismo tiempo advierten a sus hijas: "los hombres son malos por naturaleza, brutos, insensibles y traicioneros".

- "Mira que yo me siento obviamente aludida y creo que no es justo. Yo siempre fui leal contigo y tu lo sabes".

- Claro que sí, te ruego que no pienses que estoy generalizando. Sólo trato de explicarte mi punto, quiero que entiendas que desde siempre la parte objetiva de mi mente había vislumbrado la verdadera naturaleza de ella... No te miento si te digo que dentro de mí siempre la vi como una "ex".

- ¿Y ... entonces por que te afecta?, -respondió con un no disimulada sonrisa de satisfacción-.

- Porque una cosa son las abstracciones y otra comprobar la vileza de una persona que te acompañó en un lapso de tu vida.

Una fuerte exclamación proveniente de los pasajeros, un atronador retumbar de los motores y una frenética aceleración, fueron señal inequívoca de que el avión volvía a tomar altura ¡Que alivio!, ¡Por fin!, ahora sí el retorno de la "normalidad" pensaba, mientras miraba divertido a mis compañeros de viaje regalándose aplausos. "Juiciosita" que parecía haber reparado hasta ese momento en mi presencia me guiñaba el ojo con una picardía inequívoca que, de seguro, presagiaba malas noticias futuras para "gordis".

El pavimento ya no lastimaba las ruedas del avión y era mas placentera aún la sensación de levedad, en aquél ambiente. Pronto me vi charlando (o mas bien escuchando) a Karina (así se llamaba juiciosita), quien no paraba de ilustrarme sobre sus ejecutorias pasadas, presentes y hasta futuras. Descubrí que era una cristiana recalcitrante de una de las tantas iglesias que a punta de "sanaciones", "profecías individuales", espejitos y cuentas de colores aumentaba la manada de "ovejitas" dispuestas alegremente a ser esquiladas mensualmente con el inefable y bíblico "diezmo" para regocijo de dios y de las cuentas bancarias de los pastores.

Karina hablaba y hablaba. De las telenovelas, de los realities, de celedón, de su perrito, de cuando fué reina de su club, de la serenata que le llevó poco tiempo atrás Mario (un amigo), de los regalos que le traía regularmente de sus viajes Jose (otro amigo), de lo enamorado que estaba de ella David (otro amigo), de lo bien que se lo pasaba con Ronald (otro amigo) y obviamente de su novio, quien se había vuelto muy celoso, y ello le extrañaba muchísimo: ¿Imagínate, es como si no confiara en mí?, exclamaba alzando sus elegantes cejas genuinamente sorprendida. Sin ganas de contradecirla le seguí la corriente y el encanto de su charla "light" me retrotrajo inconscientemente al hedonismo despreocupado de mi pasado: la rumba, la costa, la inocente promiscuidad, la exhibición, la importancia de lo vanal, la vanalidad de lo importante, la transgresión pública y alegre de todos aquellos "valores" que tan celosamente nuestros paradigmas clericales de rectitud se cuidaban de mancillar solamente en privado.

Empezábamos de nuevo a perder altura rápidamente y la angustia hizo su reaparición, nos hallábamos muy lejos del destino como para alegrarse por la llegada, mas bien parecía repetirse la historia y en efecto, instantes mas tarde la cicatriz de plata se transformaba en la misma carretera interdepartamental. Una fuerte vibración, el rebote de las ruedas del avión con el áspero pavimento y el silencio total.

Caía la tarde y la despedida rojiza del sol llenaba el interior del vehículo ¿aéreo? con tonalidades sensuales que parecían grotescas por la situación en que nos encontrábamos de nuevo. La carretera afortunadamente, por lo menos estaba vacía (pensaba yo), para el rearranque. Karina se había quedado muda e inmóvil así como todos los ocupantes del aparato, instintivamente nos tomamos de la mano con fuerza y el frío que emanaba de sus falanges fue como una corriente eléctrica que paradójicamente alejó de mi, el pánico que creía inminente. Él avión comenzó a andar con paso cansino por aquellas soledades y el sopor dió paso al sueño... el sueño reparador que todo lo cura...

¿El viaje? ¡Bah!, en cualquier momento llegaríamos a nuestro destino.

¿Y cual era el destino?... En aquél momento lo había olvidado por completo.

¿Acaso existió alguna vez?

Fabian H. Chavez.
http://fabianfhcho.spaces.live.com/

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