Por Fabian H. Chavez.
Después de un largo peregrinaje que comenzó en pleno desierto del Gobi, en cercanías de Sain Shand y tras meses de arduo y fatigante trasegar, una singular pareja compuesta por un atlético guerrero de espesos cabellos negros, cejas pobladas, duro rostro cobrizo, y un niño de apenas dos años de edad, llegaban a la meseta de Bulgan siguiendo el cauce del río Selengá.
- ¿Falta mucho Padre? Preguntó el infante.
- Paciencia, respira profundo y relájate, en cualquier momento llegaremos a nuestro destino.
El pequeño Gengis obedeció y dejó que su mente se recreara en el paisaje que le rodeaba. Al costado derecho el río Selengá que parecía a punto de secarse, inmensos bloques de piedra que su mente infantil identificaba con figuras fantásticas, ora un monstruoso caballo con grandes cuernos y luenga barba, ora una enorme bota de piel de cabra olvidada por un distraído gigante de cabellos de oro devorador de niños. Instintivamente apretujó a Hertico con temor.
Descendieron por un sinuoso camino de tierra y piedras hasta hallar una pequeña cascada que parecía marcar el fin del camino, sin embargo la cabalgadura atravesó la cortina de agua internándose por una serie de húmedos laberintos oscuros que hicieron que el pequeño se quedara dormido en el regazo de su padre.
- Despierta pequeño dormilón, llegamos a casa.
Estaban en las puertas de un hermoso valle rodeado de montañas con un colorido espectacular donde la vegetación misma parecía darles la bienvenida con alegres cánticos de amor y esperanza.
Gengis para siempre recordaría el inenarrable alboroto con que fueron recibidos por la tribu Mong Wuo, gritos de alegría, manantiales de lágrimas que brotaban de los ojos de curtidos guerreros y venerables ancianos, hombres y mujeres que de rodillas daban gracias al cielo por el retorno de su hijo: El Elegido, El Inmortal. Pronto se vio alzado en vilo por una multitud de rostros que aunque nunca había visto le eran familiares, todo era confusión, saludos y abrazos. Una hermosa mujer le tomó con cariño en sus brazos y le llevó a una Yurta donde fue lavado y vestido con ropajes que se le antojaban excesivamente lujosos.
También recordaría para siempre que esa noche, a la luz de antorchas y sentados en círculo su padre sostendría una acalorada discusión con todos los ancianos de la tribu, cuyo sentido y alcance no comprendería sino muchos años mas tarde… De madrugada sintió cuando Hertico, vestido con una sencilla túnica se inclinó en su lecho dándole un beso en la frente:
- Adiós hijo mío. Perdóname, nunca quise que las cosas fueran así…
Así comenzó la vida de Gengis en la tribu de los Mong Wuo, su gente, su sangre. Amistosos pastores y cazadores nómadas que a punto de ser exterminados por Ontor Khan, milagrosamente habían hallado un hogar seguro donde vivir y crecer en paz. Atrás quedaron las masacres y guerras entre hermanos, aunque los odios no se apaciguaron del todo pues Ontor no cejaba en su empeño de destruirles y obsesionado con la idea de perder su reinado enviaba misiones espías, sobornaba extorsionaba y torturaba en el afán de encontrar el último reducto de los verdaderos mongoles: los Mong Wuo, pues sabía que ellos no perdonaban la traición y que algún día cuando tuvieran la suficiente fuerza vendrían por él.
Pronto se hizo amigo de los niños de su edad: con Choibalsán y su pequeña hermana Yalina, pronto se hicieron inseparables, su vida discurría entre las travesuras infantiles y el estricto programa de ejercicios que no entendía por qué Iyoshi, el antiguo compañero de su padre y ahora su preceptor, le obligaba a ejecutar.
Fabian Hernando Chavez Ortiz
2010.