martes, 26 de enero de 2010

Un Duelo Singular. Capítulo Tres. "GENGIS".




Por Fabian H. Chavez.

Después de un largo peregrinaje que comenzó en pleno desierto del Gobi, en cercanías de Sain Shand y tras meses de arduo y fatigante trasegar, una singular pareja compuesta por un atlético guerrero de espesos cabellos negros, cejas pobladas, duro rostro cobrizo, y un niño de apenas dos años de edad, llegaban a la meseta de Bulgan siguiendo el cauce del río Selengá.
  • ¿Falta mucho Padre? Preguntó el infante.
  • Paciencia, respira profundo y relájate, en cualquier momento llegaremos a nuestro destino.
El pequeño Gengis obedeció y dejó que su mente se recreara en el paisaje que le rodeaba. Al costado derecho el río Selengá que parecía a punto de secarse, inmensos bloques de piedra que su mente infantil identificaba con figuras fantásticas, ora un monstruoso caballo con grandes cuernos y luenga barba, ora una enorme bota de piel de cabra olvidada por un distraído gigante de cabellos de oro devorador de niños. Instintivamente apretujó a Hertico con temor.
Descendieron por un sinuoso camino de tierra y piedras hasta hallar una pequeña cascada que parecía marcar el fin del camino, sin embargo la cabalgadura atravesó la cortina de agua internándose por una serie de húmedos laberintos oscuros que hicieron que el pequeño se quedara dormido en el regazo de su padre.
  • Despierta pequeño dormilón, llegamos a casa.
Estaban en las puertas de un hermoso valle rodeado de montañas con un colorido espectacular donde la vegetación misma parecía darles la bienvenida con alegres cánticos de amor y esperanza.
Gengis para siempre recordaría el inenarrable alboroto con que fueron recibidos por la tribu Mong Wuo, gritos de alegría, manantiales de lágrimas que brotaban de los ojos de curtidos guerreros y venerables ancianos, hombres y mujeres que de rodillas daban gracias al cielo por el retorno de su hijo: El Elegido, El Inmortal. Pronto se vio alzado en vilo por una multitud de rostros que aunque nunca había visto le eran familiares, todo era confusión, saludos y abrazos. Una hermosa mujer le tomó con cariño en sus brazos y le llevó a una Yurta donde fue lavado y vestido con ropajes que se le antojaban excesivamente lujosos.
También recordaría para siempre que esa noche, a la luz de antorchas y sentados en círculo su padre sostendría una acalorada discusión con todos los ancianos de la tribu, cuyo sentido y alcance no comprendería sino muchos años mas tarde… De madrugada sintió cuando Hertico, vestido con una sencilla túnica se inclinó en su lecho dándole un beso en la frente:
  • Adiós hijo mío. Perdóname, nunca quise que las cosas fueran así…
Así comenzó la vida de Gengis en la tribu de los Mong Wuo, su gente, su sangre. Amistosos pastores y cazadores nómadas que a punto de ser exterminados por Ontor Khan, milagrosamente habían hallado un hogar seguro donde vivir y crecer en paz. Atrás quedaron las masacres y guerras entre hermanos, aunque los odios no se apaciguaron del todo pues Ontor no cejaba en su empeño de destruirles y obsesionado con la idea de perder su reinado enviaba misiones espías, sobornaba extorsionaba y torturaba en el afán de encontrar el último reducto de los verdaderos mongoles: los Mong Wuo, pues sabía que ellos no perdonaban la traición y que algún día cuando tuvieran la suficiente fuerza vendrían por él.
Pronto se hizo amigo de los niños de su edad: con Choibalsán y su pequeña hermana Yalina, pronto se hicieron inseparables, su vida discurría entre las travesuras infantiles y el estricto programa de ejercicios que no entendía por qué Iyoshi, el antiguo compañero de su padre y ahora su preceptor, le obligaba a ejecutar.
Fabian Hernando Chavez Ortiz
2010.

Un Duelo Singular Capítulo Dos. "Shamballah".


Por Fabian H. Chavez.
Increíblemente, en menos de 48 horas toda la tribu Mong Wuo se encaminaba al galope hacia lo desconocido. Una decena de miles de nómadas, entre mujeres, niños y fieros guerreros, siguiendo obedientes los dictados del Consejo de Ancianos, abandonaba el territorio que, por la fuerza de las circunstancias se había convertido en su hogar por los últimos años. Tras no pocas protestas de aquellos que planteaban una lucha suicida contra Ontor, el grueso de la tribu, de los “pura sangre”, descendientes directos de los “Príncipes de las Estrellas”, (como contaba la leyenda ancestral), con sus pertenencias a cuestas, atravesaba veloz fértiles valles, lúgubres desiertos y escarpadas montañas sin saber exactamente hacia donde les llevarían sus pasos. Sólo unos pocos de los dirigentes encargados tenían alguna idea.
En un lapso de tiempo inverosímil, alcanzaron la cordillera de los Himalayas y tras sortear una intrincada red de oscuros túneles, que atravesaba extraños ríos y lagos subterráneos, se encontraron ante una inexpugnable y oscura pared de piedra. A la luz de las antorchas acamparon al frente de aquella inmensa pared que a la luz de las teas, parecía arrojar ocasionales destellos azules.
Tras un largo descanso, la tribu entera sentada según indicaciones de los dirigentes, con la mirada fija en la pared, repetía una larga serie de cánticos entonados por un par de ancianos depositarios de sabiduría ancestral. Pasaban las horas y los disciplinados nómadas no mostraban señal de cansancio, arreciando los coros que retumban en aquellos socavones. Nadie pudo decir cuanto tiempo transcurrió, ni cuantas personas cayeron desmayadas por el físico cansancio antes que empezaran a observarse con nitidez figuras de luz dibujándose en la roca viva. Una danza de colores y sonidos se reflejaban en lo que se había convertido en una pantalla gigantesca que iluminaba sus rostros. Pronto empezaron a dibujarse extraños caracteres que se sucedían con increíble rapidez y sólo un par de privilegiados, iniciados en los secretos de la tribu pudieron entender aquél mensaje. Al final sólo permaneció un gigantesco aviso que sí pudo ser leído por todos los presentes:
La necesidad de sus hijos y los hijos de sus hijos, siempre abrirá las puertas de Shamballah”
Al instante, con un estridente ruido, la roca se dividió en dos. Los Ancianos Mong Wuo pudieron divisar un pequeño punto de luz al final del recién creado pasadizo. Temblando de emoción Evgueni, el líder, dispuso el orden de entrada: Primero los ancianos, los niños, las mujeres y los pastores... de último: los guerreros.
EN EL VALLE DE LOS ANTEPASADOS.
El clima perennemente cálido, abundante agua (de hecho, en el valle sobresalían dos cristalinos arroyos que desembocaban en el lago central bautizado un tiempo después como “Hertico”. Uno de los ríos de agua caliente y colores azulados y el otro de agua fría y densa con tonalidades color sepia).
Ganado de todo tipo, el suelo fértil de vegetación poblada, aves de todos los colores, en fin, aquello era verdaderamente el paraíso para los atribulados Mongoles, acostumbrados a la continua lucha con la naturaleza y a obtener todo con el máximo esfuerzo, hasta el alimento mas magro... La vida discurría plácida … demasiado plácida para el espíritu aventurero y guerrero de los Mongoles.
Pronto Evgueni y el Consejo de Ancianos designaron a Timur (el hermano menor de Ontor y Hertico) como el regente de la tribu y su primera misión consistió en establecer durísimas jornadas de adoctrinamiento en el arte y tácticas de combate. Con tiempo de sobra y sin la necesidad de obtener el sustento diario, los jóvenes de la tribu desde tempranas horas del día se dedicaban en exclusiva a extensos ejercicios, charlas y en general al entrenamiento mas riguroso en el arte de la guerra.
Las inmensas montañas que rodeaban el enigmático valle fueron testigos presenciales del encomio, disciplina y entusiasmo con que los jóvenes de la tribu atendían las instrucciones de los curtidos guerreros de la antigua guardia personal de Hertico. Al caer la noche, los Ancianos realizaban extensas charlas sobre astronomía, historia y ciencias ocultas, aprendidas de generación en generación y que hasta aquél momento sólo estaban destinadas a un puñado de elegidos
De esta forma los mongoles aprendieron y aceptaron su rica y propia cosmogonía según la cual ellos eran hijos de los dioses y por tanto el único culto que aceptarían jamás, sería el culto a sus propios antepasados: Sus padres, sus Dioses.
Fabian Hernando Chavez Ortiz